“La Universidad Bolivariana, es motor, es vanguardia, es caballo, es lanza, es bandera, de un nuevo modelo educativo de liberación. Ustedes son actores fundamentales de esa vanguardia, siéntanse orgullosos mujeres y hombres”

Fragmentos del discurso del Presidente Hugo Chávez, Caracas, 08/11/2003, en el marco de la inauguración de la sede UBV Zulia.

sábado, 11 de abril de 2009

Libro de la calle


Por
Blas Perozo Naveda

La verdad, éramos unos televidentes con nuestro control remoto y la piquiña controlada, absolutamente abstencionistas, aunque no indiferentes. Faltaba solamente aquel acontecimiento que se desarrollaba en la pantalla y que nos dejaba estupefactos, vapuleados, masajeados, estresados, cuando nos preguntamos: ¿ van a matar a ese hombre vía satélite,en todos los televisores del mundo?.Ahí despertamos al libro de la calle.

No recordaré lo que todo el mundo recuerda de las marchas con su entrenamiento teledirigido, el golpe, el paro petrolero criminal y los buques fondeados por sus capitanes. Pero es inolvidable cómo muchos nos fuimos revolviendo por dentro, y solamente estábamos a pique, a punta de melcocha, al filo de la sensibilidad y las imágenes del 11 de abril, los muertos, los heridos, el Presidente preso, aquel energúmeno coronándose. La rabia, la impotencia ante el cierre de los colegios de nuestras hijas, con sus jornadas insólitas, Virgilio Crespo y María, Gloria y Gumer, y muchos otros padres defendiendo a nuestros hijos, choqueados al descubrir en manos de quiénes habíamos puesto la educación de los muchachos. Libro de la calle.

Llamé a la Chicha Cuauro, mi camarada, mi comadre, mi amiga y en dos palabras de revolucionaria me lo dijo todo: a la calle compadre, saque su libro de la calle ¡¡.

Allende había revivido hacía días desde el balcón de mi apartamento, a coro con el himno Venceremos de Inti Intilimani. Su voz sembrada en lo más hondo de los latinoamericanos, volvió a retumbar desde mi pioneer, escondida en un LP que me regalara la profesora Claro de Altamirano, con su amable gentileza sin olvido y en la promesa: “se abrirán las grandes alamedas, por donde pase el hombre libre”. Libro de la calle.

Recordé aquel poema de Goitisolo:“ a la calle que ya es hora de batirnos a cuerpo / Nosotros somos quienes somos basta de historia y de cuentos “Y salí al libro de la calle, siempre guiado por teléfono, por mi hermano del alma Norberto Piña. Estabamos seguros que nos tocaba leerlo en los ojos y los actos de la multitud.

Omar muñoz apareció por la casa en equellos días y había puesto algunos puntos y comas con sus acentos carmeneados, en los lugares claridosos y en las convocatorias. Nuestro capitán estaba en la Salina y nadie lo pudo sacar de ahí, ni con amenazas ni cacerolazos, a pesar de sus 79 años, primer piloto, piloto mayor, capitán, no jubilado todavía, en sus trece: “no dejaré mi trabajo”. Hombres como el capitán Antonio Castellano, no vienen ya de la fábrica.

Habíamos presentado credenciales, con la mediación de José Enrique Finol, y había sido aceptado para hacer el doctorado en Ciencias de la Comunicación bajo la tutoría de Marcial Murciano, en Barcelona, lo mismo mi esposa. Me comunicaba por internet con Esteban del Campo en otra universidad española, por contactos previos con Omar Muñoz.

El 11 de abril, en la madrugada, Esteban del Campo me dio sus opiniones sobre lo que creía de Chavez. Y yo le contesté diciéndole la verdad: Chávez está secuestrado, es el Presidente más democrático que ha tenido Venezuela, no es ningún dictador. Y así.

En la calle me encontré con un compañero de estudios que aunque nunca fue un hombre de izquierda, siempre lo vi como ironista, humorista y poeta. Dijo un disparate que le salió del pasado, que los inmigrantes españoles arrastran como una condena, que lo sumio en el olvido, —tanto que no diré su nombre— y sólo le respondí: te equivocas, esto apenas comienza. En efecto su sentencia: “ya salimos de ese carajo”, era falsa de toda falsedad. No sabia leer el libro de la calle, sólo seguía a pie juntillas las tonterías de un Pottier y un Greimas reinterpretados, por unos tontos (as) de los estudios generales.

Una multitud nos fuímos hasta puente de el Panorama. Es increíble, pero cierto: me encontré 45 años después, con antiguos compañeros del Cuse, la junventud comunista y el Mir, idénticos y peladientes. Ahí nos saludamos como si nada, codo a codo, sin que los títulos de ingenieros o doctores o simples trabajadores, nos molestaran para nada, como si estuviéramos todavía una vez mas, en las reuniones de la plancha de la izquierda en el liceo Jesús Enrique Lossada de los años sesenta y pico.

En unas asambleas de Apuz, en ingeniería, y otra en la casa del profesor, unos seres disfrazados de profesores planificaban el petitorio de aumento de sueldo para presentarlo a la junta fascista de Carmona el breve. Sin ningún pudor ni vergüenza, exibieron su avisito en los periódicos como si nada, como si la universidad fuera de ellos y el universo de la ciencia, el arte, la política, y la economía, fuera la circunferencia de sus estómagos. Cuatro profesores que nunca nos habíamos hablado mas de 2 saludos, espontáneamente, protestamos aquella ofensa a la universidad. Roberto López les dio duro. La rabia convirtió mis palabras en grito.

No quiero pasar por alto un recuerdo enédito en mi vida: era un ser gordo y de ojos saltones, colorado, pelo entrecano y flechudo. Pidio la palabra y, por vez quincuagésima sentí vergüenza por ser colega de aquel especimen, e infinita pena por mis alumnos. Dijo: “Es muy sencillo”, y se enrrolló el cuaderno y lo metió con dificultad en el bolsillo tracero “no tenemos que discutirlo más: ellos son los indios y nosotros los vaqueros. Saquemos los rifles.” Inolvidable.

Tras antier le vi de refilón en el IPP. Le dijo a otro de sus iguales “a todos los tengo allá ...Aquí no tengo a nadie”. Inolvidable. Así es la memoria del libro de la calle.

Profesor

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